La gracia es una persona

0

Gracia. Seis letras, una palabra, recitada casi a diario por nosotros, los cristianos. Predicamos, enseñamos y conversamos acerca de la gracia. Probablemente hemos escuchado muchas definiciones a lo largo de los años: «un regalo inmerecido», «bondad de Dios para que no lo merece», «el favor de Dios», «la salvación», entre otras. Debemos estar conscientes de que la familiaridad con ciertos términos nos puede privar de reflexionar profundamente en verdadero significado de algo. Todas estas definiciones son correctas, pero es tiempo de detenernos, meditar y escarbar un poco más profundo.

¿Qué es la gracia?

La gracia es una persona. Como bien dice Camino de Vida, Jesús es: «El verbo encarnado, gracia en la tierra». Es imposible entender y apreciar la gracia sin tomar en cuenta su aspecto personal, particularmente hablando de Cristo mismo. Ian Hamilton, en sintonía con esto declara lo siguiente:

«La gracia no era una bendición impersonalizada que Dios dispuso… La gracia era Cristo Jesús, y toda la plenitud de su gloria, y en todos los beneficios del evangelio. El énfasis acentuado por la Reforma en la gracia coloca a Jesús en el centro y en el corazón mismo de la vida de la iglesia, y esto es algo que tenemos que aprender hoy, que el evangelio no es una cadena de bendiciones que Dios nos da. El evangelio es Cristo Jesús, dado a nosotros con todas las bendiciones de Dios contenidas en él».[1]

En cada palabra, cada encuentro, cada acción y cada oración podemos ver el brillo de la esperanza, la transformación, el amor y la plenitud para personas que estaban destinadas a la desolación, el fracaso y la muerte. Pero Dios amó tanto a este mundo en desgracia, que envió a la Gracia encarnada para morir en la cruz y así darnos el regalo de la vida eterna. La eternidad misma puede verse como una virtud inigualable, por el simple hecho de que ella misma representa una comunión íntima con el único que puede saciar y dar plenitud a nuestra existencia, Jesucristo.

No hay gracia sin Jesús. Él no solo hace posibles todos los beneficios que tenemos como hijos de Dios, él mismo es el mayor regalo y la mayor bendición. «Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tú has enviado» (Juan 17:3, NVI).